Toda la información expuesta a continuación se ha extraído del libro de Augusto Cury, “Padres brillantes, maestros fascinantes”. Es por eso que recomendamos su lectura si desean profundizar más sobre el tema.

El texto que aparece en naranja, es el análisis que realiza nuestra compañera Carmen Elena Zavoianu, a la que agradecemos especialmente la elaboración de este post.

CORREGIR EN PÚBLICO

Corregir a alguien en público es un gran pecado capital de la educación. Un educador jamás debería exponer la equivocación de una persona, por grave que sea, ante los demás. Esta exposición pública produce humillación y traumas complejos difíciles de ser superados.

Estos pueden acabar llevando a un bloqueo en el proceso de aprendizaje al cristalizar una mentira como el no ser inteligente.

Me gustaría que no olvidárais que es a través de este proceso cuando un rechazo se transforma en monstruo, un educador tenso se convierte en un verdugo, una humillación pública paraliza la inteligencia y genera el miedo a exponer ideas.

MANIFESTAR AUTORIDAD CON AGRESIVIDAD

En los veinte años que llevo atendiendo pacientes, he descubierto que ciertos padres eran muy queridos por sus hijos. No pegaban, no eran autoritarios, no regalaban bienes materiales ni tenían privilegios sociales. ¿Cuál era su secreto? Se dieron a sus hijos, educaron su emocionalidad, cruzaron su mundo con el de ellos.

El diálogo es una herramienta educacional insustituible. Debe haber autoridad en la relación padre-hijo y profesor-alumno, pero la verdadera autoridad se conquista con inteligencia y amor.

CASTIGAR CUANDO SE ESTÁ ENFADADO Y PONER LÍMITES SIN DAR EXPLICACIONES

Jamás pongas límites sin dar explicaciones. Ese es uno de los pecados capitales más comunes que los educadores cometen, sean padres o maestros. En los momentos de ira se bloquean los campos de la memoria. Perdemos la racionalidad. Debemos esperar. Para educar, usa primero el silencio y después las ideas.

El mejor castigo es aquel que se negocia. Pregunta a los jóvenes lo que se merecen por sus errores. Ellos reflexionarán sobre sus acciones y, tal vez, se darán un castigo más severo a sí mismos del que tú aplicarías. 

SER EXCESIVAMENTE CRÍTICO OBSTACULIZA LA INFANCIA DEL NIÑO

No critiques excesivamente. No compares a tu hijo con sus compañeros. Cada joven es un ser único en el teatro de la vida. La comparación solo es educativa cuando es estimulante y no despreciativa. Da a tus hijos libertad para tener sus propias experiencias, aunque eso incluya ciertos riesgos, fracasos, actitudes tontas y sufrimientos. De lo contrario, no encontrarán su camino.

Personalmente, considero que de los errores es de lo que más he aprendido hasta el momento. Cuando te equivocas, te esfuerzas en corregir ese error, en buscar la forma de volver a encontrar el camino. Buscando ese camino, uno se acaba encontrando a uno mismo, llega a conocer sus límites y aprende que los límites se los pone uno mismo.

Aprender a tomar actitud ante los problemas es algo muy difícil de conseguir, pero una vez se hace, es para toda la vida. En ese proceso el papel de los padres y de los maestros es clave, necesitan ofrecer un apoyo incondicional y que el adolescente sepa que puede encontrar en ellos un pilar ya que uno aprende a levantarse solo, pero si se hace con alguna ayuda o apoyo será más rápido, efectivo y significativo a nivel personal.

DESTRUIR LA ESPERANZA Y LOS SUEÑOS

El mayor pecado capital que los educadores pueden cometer es acabar con la esperanza y los sueños de los jóvenes. Sin esperanza no hay camino, sin sueños no hay una motivación para continuar.

Había siempre un profesor que al final del semestre daba la oportunidad para volver a hacer algún examen y subir la nota. Pues bien, había alumnos que querían hacer 2 o 3 exámenes y les dejaba hacerlos porque “querían entrar en medicina y necesitaban nota” o porque iban a poder con tanta materia. Sin embargo, a otros que también querían hacer 2 o 3 exámenes porque necesitaban subir su media les negaba tal oportunidad, según él, porque no iban a poder. Está claro que una dosis de realidad nunca viene mal, pero dosificada. No puedes decirle a un alumno tu no vas a poder con todos estos exámenes. Si los alumnos necesitan nota porque quieren entrar y están determinados se esforzarán para sacarla, ¿por qué no ayudarles?  También si un alumno quiere entrar en medicina, pero sus notas son insuficientes en lugar de decirle tú no puedes debería ayudarle y orientarle hacía otro camino.

Si la persona no tiene una fuerte determinación o una fuerte autoestima o un apoyo fuerte por parte de alguien que le diga que puede hacerlo y que lo demuestre es muy probable que se deje guiar por lo que digan algunos desmotivadores. Quizás su intención no sea mala, pero deben cuidar sus palabras.

No importa la magnitud de nuestros obstáculos, sino el tamaño de la motivación que tengamos para superarlos.

No hay que dejarse marcar por un número (IQ) o por las palabras de los demás. Está claro que a unos les cuesta menos que a otros. Y a otros les cuesta el triple. En lugar de desalentarlos, los profesores deberían motivarles a conocer su límite y a trabajar hasta superar ese límite. Aunque les cueste el triple que a los demás, si se esfuerzan llegan. Eso es lo que hay que fomentar.

Los psiquiatras, los médicos clínicos, los maestros y los padres son vendedores de esperanza, mercaderes de sueños. Una persona sólo se suicida cuando sus sueños se evaporan, su esperanza se disipa. Sin sueños no hay aliento emocional. Sin esperanza no hay coraje para vivir.

SER IMPACIENTE Y DESISTIR DE EDUCAR

Había un alumno muy agresivo e inquieto. Era insoportable, desobedecía a todos. Parecía incorregible. Los maestros no lo soportaban. Pensaban en expulsarlo.

Antes de echarlo, entró en escena un maestro que decidió apostar por el alumno. Empezó a charlar con el joven entre clases y poco a poco empezó a conquistar al alumno. Así, maestro y alumno construyeron un puente. Gracias a eso, el maestro descubrió que el padre del niño era un alcohólico y que pegaba tanto a él como a la madre. Entendió que la agresividad del joven era una reacción desesperada con la que estaba pidiendo ayuda, sólo que nadie descifraba su lenguaje. Era más fácil juzgarlo.

Ahora estaba a punto de perder el derecho a estudiar, a tener la oportunidad única de ser un gran hombre.

El maestro empezó a educar su emocionalidad y se dio cuenta, ya en los primeros días, de que detrás de cada alumno distante, de cada joven agresivo, hay un niño que necesita afecto.

El chico creció y se convirtió en un adulto extraordinario. Todo porque alguien no renunció a él.

Todos quieren educar jóvenes dóciles, pero son los que nos frustran los que prueban nuestra calidad de educadores.

Para poder ser un buen maestro y llegar a todos los alumnos, hay que individualizarlos. Tenemos que observar sus debilidades y enseñarles a convertirlos en sus puntos fuertes. Porque uno de los alumnos pueda, no hay que generalizarlo y pensar que todos pueden. Cada uno tiene sus circunstancias que pueden influir en esa capacidad y solo un buen maestro podrá fijarse en ellas y apoyarlo para que pueda hacerlo.

NO CUMPLIR CON LA PALABRA DADA

Había una madre que no sabía decir “no” a su hijo. Tenía miedo de frustrar al pequeño. La frustración tiene un papel clave en el desarrollo de la personalidad por eso quién no aprende a lidiar con pérdidas y contrariedades nunca madurará. El resultado de ese proceso fue que el hijo acabó perdiendo el respeto por la madre.

En la fase adulta, este chico tuvo graves conflictos. Por haber visto a la madre mintiendo y no cumpliendo su palabra, proyectó en el ambiente social una desconfianza fatal.

Las relaciones sociales son un contrato firmado en el escenario de la vida. Sé honesto con los jóvenes. Cumple lo que prometes. Si no puedes, di “no” sin miedo, aunque tu hijo patalee. Si te equivocas, pide disculpas. Los fallos capitales en la educación pueden solucionarse cuando se corrigen rápidamente.

La confianza es un edificio difícil de construir, fácil de demoler y muy difícil de reconstruir.