Somos parte de algo que es a la vez revolución y experimento: el acceso universal a la información y a la comunicación.
Nuestro cerebro evolucionó en un contexto distinto al actual para lidiar con retos razonablemente constantes a lo largo de cientos de miles de años.
Hemos modificado nuestro entorno de un modo radical, sin que nuestro cerebro haya cambiado al mismo ritmo. Tenemos una vida notablemente diferente a la de hace unos milenios, pero nuestro cerebro es el mismo.
Nuestro cerebro es plástico, pero hasta cierto punto. Puede adaptarse a una gran cantidad de cambio pero no a todo. Eso genera disfunciones de las que la adicción es un ejemplo importante.
Se requiere mucha investigación sobre este fenómeno de ajuste y desajuste entre cerebro y contexto.
Pero mientras llega y no llega esa investigación no podemos estar parados porque la revolución digital sigue. Se han de adoptar soluciones aunque sean provisionales y corran el riesgo de estar equivocadas.
Muchas de esas soluciones se han de adoptar en educación.
La manera de afrontar un reto como este, con información incompleta, en mitad de una revolución que es experimento, es emprender acciones (que son verbos) impulsados por emociones conscientes y guiados por valores.
Es necesario contar los intentos que se hacen dentro del sistema educativo, haciéndonos conscientes mediante ese relato, de qué acciones son (qué verbos), qué emociones aparece, qué valores representan. Y hay que sumar tantos relatos como sea posible compartiendo esa estructura (verbo-emociones-valores).